Ella miraba la luna a través de la ventana, yo miraba sus nalgas. Ella hablaba sobre nuestro futuro y, creo, sobre la posibilidad de un hijo. Yo, sinceramente, no podía dejar de ver sus nalgas.
Esa mañana algo tenía de nostálgica. Llovía afuera y el café estaba insípido. Habló de una hermosa casa en venta al final de la avenida, de que las tasas de interés andaban por los suelos y que en veinticinco o treinta años aquella, la casa, valdría si no el triple, el doble de que lo que se pagara por ella. Batía un par de huevos, hablaba conmigo, soñaba sola.
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