sábado, 17 de abril de 2010

Un acto cotidiano



Nunca me había enamorado, tampoco me habían acusado de ningún delito, hasta el día en que observé a Alicia rebanar mantequilla. No supe que era yo un hombre de fetiches sino hasta que vi a Alicia lamer uno de sus dedos como como proveyendo un fugaz felacio, nada pude hacer contra mis instintos, desesperado salté sobre ella y la violé...

Sé que eso es cosa de risa y quizá haya alguien que considere seriamente recomendarme a un especialista en parafilias, pero no es mi culpa el haber presenciado un acto cotidiano en la vida de Alicia que desencadenara en mí esta fijación.

En todo caso, deberían culparme de zambullirle el resto de la mantequilla y que a causa de ello muriera asfixiada la pobrecita.

viernes, 16 de abril de 2010

Arena en el mar.



Somos la arena en la orilla del mar, un faro insertado en la cosmogonía náutica como el ojo de un cíclope en la penumbra o el vestigio de tierras vistas desde el mástil. La salinidad de sedimentos humanos en las placas terrestres y nuestros minerales y recuerdos arrastrados por un río.
Somos arena en la orilla del mar, ella es el epitafio que subraya el inicio de nuestras tumbas. A veces somos el mar.

jueves, 15 de abril de 2010

Una mordida al fruto prohibido.


De ella me gusta su andar, la aparente ligereza de sus cascos, la profundidad de su mirada y esa boca de mamadora. Esa mujer tiene la cachondez por encimita y un aire de coge con todos menos conmigo y porque sé que yo no cosecharé ese fruto me basta con mirar de soslayo por encima de su hombro y constatar la profundidad de su escote.
Ella, bondadosa, con naturalidad provee al voyerista suspicaz las prominencias de su cuerpo con la naturalidad de aquella a quien no les molesta ser observada con lasciva atención, no disimula ni oculta sus atributos, tampoco se lleva las manos al pecho al agacharse, sencillamente deja que la gravedad se manifieste.
Me gusta su actitud desentendida a la que he dedicado unas largas puñetas imaginando que acaricio sus pechos y muerdo sus pezones y que devoro un voluptuoso pubis de vellos negros.
Y aunque sé que no he de cosecharlo, quisiera darle una mordida al fruto prohibido.
Desde ya, un abrazo.

Con grandes aspiraciones.

Sólo quiero ser un viejo decrépito, rabo verde y borracho, como Buk.