La lascividad humana no conoce límites, a veces es un atisbo de los instintos que la educación ha sepultado bajo una suerte de mascarada cortés y simplona, otras es la más perfecta perversión disimulada de encanto, otras súbita complicidad, unas más un golpe de suerte en el que un escote dejar ver más de lo debido.
De tal manera que un inocente descuido puede ser para otros fuente de las más oscuras pasiones. Lo que me resultó curioso fue el género del voyerista, la chica más enfermiza que he visto, su mirada oscura, su lengua reptando en un gesto de previo regocijo y juro haber escuchado un "yomi, yomi" entre dientes mientras el culo peludo de un joven se bamboleaba al aire al servirse agua del despachador.
Desde ya un abrazo.
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