Amanecía, restos de cuetes y papel eran arrastrados por el frío viento. Hugo se había retirado ya, su familia dormía desde hacía rato. Un par de horas antes Paco y Luís habían sido llamados por sus madres y se marcharon dejando un par de cuetes sin tronar.
Estaba solo. La calle vacía atestiguaba el fin de la noche, por lo menos de las actividades recreativas que había traído y que tanto me gustaban.
Regresé a casa caminando, me senté en la banqueta y, creo, sentí algo que se parecía a la nostalgia, mis padres y hermanos dormían, a mis diez años maldije porque la Noche Vieja había llegado a su fin, apreté los puños y lloré.
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