Al despertar agradecía por la dicha de un nuevo día, al dormir le suplicaba porque le cuidara de todo mal, pedía afanoso, solicitaba persistente aún cuando nunca obtenía respuesta. Aquél día avasallaba su espíritu rezando a su Dios con vehemencia, cuando más intensamente oraba nubes negras oscurecieron la tarde, relámpagos surcaron el cielo y una voz como un trueno respondió a su petición con un "no ha lugar".
Desde ya, un abrazo.
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